22 de noviembre 2017
LITERATURA MEDIEVAL
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Introducción a la Prosa Medieval – guadahumi2
Además de la poesía medieval hay también prosa como el
Romancero.
Don Juan Manuel tenía intereses en la Alcarria como en el
Infantado, y el pueblos de Guadalajara como Salmerón, Cifuentes, etc.
Es el principal cuenta cuentos de la Edad Media siendo
autor y recopilador, pues normalmente la originalidad no se apreciaba en la
Edad Media, pues lo importante era recoger la tradición y reelaborar.
Los cuentos de Juan Manuel eran habitualmente recogidos de la tradición hispánica, así como de la fuente más antigua que era la India de dónde venían la mayoría de las colecciones a través de Persia y de los países árabes de norte de África llegando a España y en ocasiones además de atravesar el Mediterráneo también venían atravesando por el contente europeo.
La patria de los cuentos tradicionales, no los cuentos
literarios que se comienzan a escribir por la imaginación o creatividad de un
autor, sino los que son patrimonio común provienen a través de generaciones o territorios
diferentes hasta llegar a España que
junto con Portugal son los últimos
países de Occidente y desde ese lugar se trasladan a América.
De manera que de esta forma los cuentos dan la vuelta al
mundo.
EL INFANTE DON JUAN MANUEL
El infante don Juan Manuel era un noble que nació en el
castillo de Escalona, en la provincia de Toledo, en 1282 y murió en Córdoba en
1348, él no era infante pues era hijo del Infante Don Manuel, hermano del rey
Alfonso X, y heredó de su padre el cargo de Adelantado de Murcia.
En 1294, reinando su primo Sancho IV El Bravo, comienza su
vida de relación en la Corte que lo lleva a intervenir en las intrigas
políticas entre Castilla y Aragón. En 1299 se casa con Doña Isabel, Infanta de
Mallorca, la cual muere al poco tiempo, casándose de nuevo el Infante, en 1311,
con Doña Constanza de Aragón, hija de Jaime II. Siguen sus andanzas políticas y
en 1327 capitanea un levantamiento contra el propio rey, aunque no tarda en llegar
la paz entre ambos caballeros, Enviuda de nuevo y se casa de nuevo esta vez con
Doña Blanca Núñez. En 1343 interviene en la batalla de Algeciras junto a
Alfonso XI y entra vencedor en ella.
Don Juan Manuel se convirtió en uno de los hombres más
ricos y poderosos de su época, y, además de mantener él solo un ejército de mil
caballeros, llegó a acuñar su moneda propia durante un tiempo, tal y como
hacían los reyes.
Hay que apreciar que un hombre que viene de la alta nobleza
y que se dedicara a la cultura compaginando toda su vida sus actividades como
escritor y como noble caballero.
Tenía el ejemplo de Alfonso X el Sabio que reunió en su
corte traductores de árabe, latín, judíos en la Escuela Traductores de Toledo,
haciendo traducir al castellano muchos textos que son su labor no hubieran
llegado a la actualidad.
Por Toledo paso toda la cultura siendo un enclave muy
importante y con Carlos V llegó a ser el
centro del imperio con su castillo “El Alcázar”
rodeado por el Tajo siendo muy difícil acceder solo usando los puentes
que estaban vigilados.
Su nombre era Juan y el nombre del padre era el apellido
Manuel y posteriormente se añadiría Ez como hijo de y ya no se añadiría el nombre
del padre como apellido.
Don Juan Manuel velaba mucho por su patrimonio le gustaba la cultura pero su hacienda era lo
principal.
Los cuentos tenían un final moral para salvar la honra pues
todo son ejemplos, en la edad media los cuentos se llamaban EXEMPLOS pues eran textos ejemplares de los que se
sacaba algo positivo y eran moralmente buenos.
Por eso dice que obraba para enaltecer su honra y su
hacienda y prepararse un lugar en el cielo, pues la honra era lo más importante
después de la hacienda.
D. Juan Manuel era una persona muy descontenta y buscaba
como aumentar su patrimonio teniendo muchos pleitos, luchas, disputas, guerras con
moros y cristianos, pues todo lo hacía con el fin de engrandecer su honra y
hacienda.
Escribió varios tratados literarios y libros pero el más
valioso es el Conde Lucanor, que es una colección de cuentos comenzando por un
prólogo con el que quería ilustrar con un fin moral para justificar su aumento
de patrimonio y a continuación, una entradilla y al final para terminar con dos
versos con una moralejilla.
Algunos cuentos han sobrevivido y los han recogido autores
como Jorge Luis Borges.
EL CONDE LUCANOR
El Conde Lucanor o Libro de los ejemplos o Libro de
Patronio es la obra no sólo de un escritor, sino de un militar y de un
político, es la obra de un noble y la obra de un cristiano, sobre todo hay que
valorar que es la obra de un Infante que no llegó a reinar.
En la Edad Media había una especie de misoginia donde las
mujeres eran embaucadoras y no tenían buena fama, hay un libro de la Edad Media
solo dedicado a los engaños y enredos que podían hacer las mujeres y por otro
lado como la Virgen era objeto de culto también tenía una parte idealista.
En el Renacimiento esta característica cambia colocando a
la mujer en un pedestal, hornacina como Garcilaso de la Vega, no como ocurría
en la Edad Media.
La mujer debía ser débil y sumisa y el marido debía tener
astucia para doblegarla sin que ella de diera cuenta, en el cuento de Juan
Manuel donde el mancebo se casó con una mujer fuerte y brava, sirviendo de ejemplo
para para fierecilla domada de Shakespeare.
Toda la literatura en la Edad Media tenía un fin didáctico
con un fin moral derivando en una moraleja con una enseñanza que ayudase a
vivir en la vida.
Cuento XXXV -El conde Lucanor.
Lo que sucedió a un mancebo que casó con una muchacha muy
rebelde
Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su
consejero, y le decía:
- Patronio, un pariente mío me ha contado que lo quieren
casar con una mujer muy rica y más ilustre que él, por lo que esta boda le
sería muy provechosa si no fuera porque, según le han dicho algunos amigos, se
trata de una doncella muy violenta y colérica. Por eso os ruego que me digáis
si le debo aconsejar que se case con ella, sabiendo cómo es, o si le debo
aconsejar que no lo haga.
- Señor conde -dijo Patronio-, si vuestro pariente tiene el
carácter de un joven cuyo padre era un honrado moro, aconsejadle que se case
con ella; pero si no es así, no se lo aconsejéis.
El conde le rogó que le contase lo sucedido.
Patronio le dijo que en una ciudad vivían un padre y su
hijo, que era excelente persona, pero no tan rico que pudiese realizar cuantos
proyectos tenía para salir adelante. Por eso el mancebo estaba siempre muy
preocupado, pues siendo tan emprendedor no tenía medios ni dinero.
En aquella misma ciudad vivía otro hombre mucho más
distinguido y más rico que el primero, que sólo tenía una hija, de carácter muy
distinto al del mancebo, pues cuanto en él había de bueno, lo tenía ella de
malo, por lo cual nadie en el mundo querría casarse con aquel diablo de mujer.
Aquel mancebo tan bueno fue un día a su padre y le dijo
que, pues no era tan rico que pudiera darle cuanto necesitaba para vivir, se
vería en la necesidad de pasar miseria y pobreza o irse de allí, por lo cual,
si él daba su consentimiento, le parecía más juicioso buscar un matrimonio
conveniente, con el que pudiera encontrar un medio de llevar a cabo sus
proyectos. El padre le contestó que le gustaría mucho poder encontrarle un
matrimonio ventajoso.
Dijo el mancebo a su padre que, si él quería, podía
intentar que aquel hombre bueno, cuya hija era tan mala, se la diese por
esposa. El padre, al oír decir esto a su hijo, se asombró mucho y le preguntó
cómo había pensado aquello, pues no había nadie en el mundo que la conociese
que, aunque fuera muy pobre, quisiera casarse con ella. El hijo le contestó que
hiciese el favor de concertarle aquel matrimonio. Tanto le insistió que, aunque
al padre le pareció algo muy extraño, le dijo que lo haría.
Marchó luego a casa de aquel buen hombre, del que era muy
amigo, y le contó cuanto había hablado con su hijo, diciéndole que, como el
mancebo estaba dispuesto a casarse con su hija, consintiera en su matrimonio.
Cuando el buen hombre oyó hablar así a su amigo, le contestó:
- Por Dios, amigo, si yo autorizara esa boda sería vuestro
peor amigo, pues tratándose de vuestro hijo, que es muy bueno, yo pensaría que
le hacía grave daño al consentir su perjuicio o su muerte, porque estoy seguro
de que, si se casa con mi hija, morirá, o su vida con ella será peor que la
misma muerte. Mas no penséis que os digo esto por no aceptar vuestra petición,
pues, si la queréis como esposa de vuestro hijo, a mí mucho me contentará
entregarla a él o a cualquiera que se la lleve de esta casa.
Su amigo le respondió que le agradecía mucho su
advertencia, pero, como su hijo insistía en casarse con ella, le volvía a pedir
su consentimiento.
Celebrada la boda, llevaron a la novia a casa de su marido
y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les prepararon la cena, les
pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana siguiente. Pero los padres
y parientes del novio y de la novia estaban con mucho miedo, pues pensaban que
al día siguiente encontrarían al joven muerto o muy mal herido.
Al quedarse los novios solos en su casa, se sentaron a la
mesa y, antes de que ella pudiese decir nada, miró el novio a una y otra parte
y, al ver a un perro, le dijo ya bastante airado:
- ¡Perro, danos agua para las manos!
El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y le
ordenó con más ira que les trajese agua para las manos. Pero el perro seguía
sin obedecerle. Viendo que el perro no lo hacía, el joven se levantó muy
enfadado de la mesa y, cogiendo la espada, se lanzó contra el perro, que, al
verlo venir así, emprendió una veloz huida, perseguido por el mancebo, saltando
ambos por entre la ropa, la mesa y el fuego; tanto lo persiguió que, al fin, el
mancebo le dio alcance, lo sujetó y le cortó la cabeza, las patas y las manos,
haciéndolo pedazos y ensangrentando toda la casa, la mesa y la ropa.
Después, muy enojado y lleno de sangre, volvió a sentarse a
la mesa y miró en derredor. Vio un gato, al que mandó que trajese agua para las
manos; como el gato no lo hacía, le gritó:
¡Cómo, falso traidor! ¿No has visto lo que he hecho con el
perro por no obedecerme? Juro por Dios que, si tardas en hacer lo que mando,
tendrás la misma muerte que el perro.
El gato siguió sin moverse, pues tampoco es costumbre suya
llevar el agua para las manos. Como no lo hacía, se levantó el mancebo, lo
cogió por las patas y lo estrelló contra una pared, haciendo de él más de cien
pedazos y demostrando con él mayor ensañamiento que con el perro.
Así, indignado, colérico y haciendo gestos de ira, volvió a
la mesa y miró a todas partes. La mujer, al verle hacer todo esto, pensó que se
había vuelto loco y no decía nada.
Después de mirar por todas partes, vio a su caballo, que
estaba en la cámara y, aunque era el único que tenía, le mandó muy enfadado que
les trajese agua para las manos; pero el caballo no le obedeció. Al ver que no
lo hacía, le gritó:
- ¡Cómo, don caballo! ¿Pensáis que, porque no tengo otro
caballo, os respetaré la vida si no hacéis lo que yo mando? Estáis muy
confundido, pues si, para desgracia vuestra, no cumplís mis órdenes, juro ante
Dios daros tan mala muerte como a los otros, porque no hay nadie en el mundo
que me desobedezca que no corra la misma suerte.
El caballo siguió sin moverse. Cuando el mancebo vio que el
caballo no lo obedecía, se acercó a él, le cortó la cabeza con mucha rabia y
luego lo hizo pedazos.
Al ver su mujer que mataba al caballo, aunque no tenía
otro, y que decía que haría lo mismo con quien no le obedeciese, pensó que no
se trataba de una broma y le entró tantísimo miedo que no sabía si estaba viva
o muerta.
Él, así, furioso, ensangrentado y colérico, volvió a la
mesa, jurando que, si mil caballos, hombres o mujeres hubiera en su casa que no
le hicieran caso, los mataría a todos. Se sentó y miró a un lado y a otro, con
la espada llena de sangre en el regazo; cuando hubo mirado muy bien, al no ver
a ningún ser vivo sino a su mujer, volvió la mirada hacia ella con mucha ira y
le dijo con muchísima furia, mostrándole la espada:
- Levantaos y dadme agua para las manos.
La mujer, que no esperaba otra cosa sino que la
despedazaría, se levantó a toda prisa y le trajo el agua que pedía. Él le dijo:
- ¡Ah! ¡Cuántas gracias doy a Dios porque habéis hecho lo
que os mandé! Pues de lo contrario, y con el disgusto que estos estúpidos me
han dado, habría hecho con vos lo mismo que con ellos.
Después le ordenó que le sirviese la comida y ella le
obedeció. Cada vez que le mandaba alguna cosa, tan violentamente se lo decía y
con tal voz que ella creía que su cabeza rodaría por el suelo.
Así ocurrió entre los dos aquella noche, que nunca hablaba
ella sino que se limitaba a obedecer a su marido. Cuando ya habían dormido un
rato, le dijo él:
- Con tanta ira como he tenido esta noche, no he podido
dormir bien. Procurad que mañana no me despierte nadie y preparadme un buen
desayuno.
Cuando aún era muy de mañana, los padres, madres y
parientes se acercaron a la puerta y, como no se oía a nadie, pensaron que el
novio estaba muerto o gravemente herido. Viendo por entre las puertas a la
novia y no al novio, su temor se hizo muy grande.
Ella, al verlos junto a la puerta, se les acercó muy
despacio y, llena de temor, comenzó a increparles:
- ¡Locos, insensatos! ¿Qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a
llegar a esta puerta? ¿No os da miedo hablar? ¡Callaos, si no, todos moriremos,
vosotros y yo!
Al oírla decir esto, quedaron muy sorprendidos. Cuando
supieron lo ocurrido entre ellos aquella noche, sintieron gran estima por el
mancebo porque había sabido imponer su autoridad y hacerse él con el gobierno
de su casa. Desde aquel día en adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron
muy buena vida.
Pasados unos días, quiso su suegro hacer lo mismo que su
yerno, para lo cual mató un gallo; pero su mujer le dijo:
- En verdad, don Fulano, que os decidís muy tarde, porque
de nada os valdría aunque mataseis cien caballos: antes tendríais que haberlo
hecho, que ahora nos conocemos de sobra.
Y concluyó Patronio:
- Vos, señor conde, si vuestro pariente quiere casarse con
esa mujer y vuestro familiar tiene el carácter de aquel mancebo, aconsejadle
que lo haga, pues sabrá mandar en su casa; pero si no es así y no puede hacer
todo lo necesario para imponerse a su futura esposa, debe dejar pasar esa
oportunidad. También os aconsejo a vos que, cuando hayáis de tratar con los
demás hombres, les deis a entender desde el principio cómo han de portarse con
vos.
El conde vio qu
e este era un buen consejo, obró según él y
le fue muy bien.
Como don Juan comprobó que el cuento era bueno, lo mandó
escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:
Si
desde un principio no muestras quién eres,
nunca
podrás después, cuando quisieres.
Cuento VII – El conde Lucanor – Doña Truhana
De lo que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana
Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio en esta
guisa:
- Patronio, un hombre me dijo una razón y mostrome la
manera cómo podía ser. Y bien os digo que tantas maneras de aprovechamiento hay
en ella que, si Dios quiere que se haga así como él me dijo, que sería mucho de
pro pues tantas cosas son que nacen las unas de las otras que al cabo es muy
gran hecho además.
Y contó a Patronio la manera cómo podría ser. Desde que
Patronio entendió aquellas razones, respondió al conde en esta manera:
- Señor conde Lucanor, siempre oí decir que era buen seso
atenerse el hombre a las cosas ciertas y no a las vanas esperanzas pues muchas
veces a los que se atienen a las esperanzas, les acontece lo que le pasó a doña
Truhana.
Y el conde le preguntó como fuera aquello.
- Señor conde -dijo Patronio-, hubo una mujer que tenía
nombre doña Truhana y era bastante más pobre que rica; y un día iba al mercado
y llevaba una olla de miel en la cabeza. Y yendo por el camino, comenzó a
pensar que vendería aquella olla de miel y que compraría una partida de huevos
y de aquellos huevos nacerían gallinas y después, de aquellos dineros que
valdrían, compraría ovejas, y así fue comprando de las ganancias que haría, que
hallóse por más rica que ninguna de sus vecinas.
Y con aquella riqueza que ella pensaba que tenía, estimó
cómo casaría sus hijos y sus hijas, y cómo iría acompañada por la calle con
yernos y nueras y cómo decían por ella cómo fuera de buena ventura en llegar a
tan gran riqueza siendo tan pobre como solía ser.
Y pensando esto comenzó a reír con gran placer que tenía de
su buena fortuna, y riendo dio con la mano en su frente, y entonces cayóle la
olla de miel en tierra y quebróse. Cuando vio la olla quebrada, comenzó a hacer
muy gran duelo, temiendo que había perdido todo lo que cuidaba que tendría si
la olla no se le quebrara.
Y porque puso todo su pensamiento por vana esperanza, no se
le hizo al cabo nada de lo que ella esperaba.
Y vos, señor conde, si queréis que los que os dijeren y lo
que vos pensareis sea todo cosa cierta, creed y procurad siempre todas cosas
tales que sean convenientes y no esperanzas vanas. Y si las quisiereis probar,
guardaos que no aventuréis ni pongáis de los vuestro, cosa de que os sintáis
por esperanza de la pro de lo que no sois cierto.
Al conde le agradó lo que Patronio le dijo e hízolo así y
hallóse bien por ello.
Y porque a don Juan contentó este ejemplo, hízolo poner en
este libro e hizo estos versos:
A las
cosas ciertas confiad
y las
vanas esperanzas, dejad de lado.
Estos cuentos has sido usados por otros autores como es el
caso de la Lechera de Samaniego.
El deán es un sacerdote católico que preside el cabildo de una catedral después
del obispo, este es un cuento muy bien
escrito y el mago que hacía nigromancia, magia negra, siendo un cuento muy
moderno en su planteamiento y sus recursos fueron utilizados por escritores muy
importantes posteriores.
Cuento XI – El conde Lucanor – El deán de Santiago
De lo que aconteció a un deán de Santiago con don Illán,
gran maestro que moraba en Toledo
Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su
consejero, y contábale sus asuntos de esta guisa:
- Patronio, un hombre vino a rogarme que le ayudase en un
hecho en que había menester mi ayuda, y prometiome que haría por mí todas las
cosas que fuesen mi pro y mi honra. Y yo comencele a ayudar cuanto pude en
aquel hecho. Y antes de que el negocio fuese acabado, creyendo él que ya el
negocio suyo estaba resuelto, acaeció una cosa en que cumplía que él la hiciese
por mí, y roguele que la hiciese y él púsome excusa. Y después acaeció otra
cosa que él hubiese podido hacer por mí, y púsome otrosí excusa: y esto me hizo
en todo lo que yo le rogué que hiciese por mí. Y aquel hecho por el que él me
rogó, no está aún resuelto, ni se resolverá si yo no quiero. Y por la confianza
que yo he en vos y en el vuestro entendimiento, ruégoos que me aconsejéis lo
que haga en esto.
- Señor conde -dijo Patronio-, para que vos hagáis en esto
lo que vos debéis, mucho querría que supieseis lo que aconteció a un deán de
Santiago con don Illán, el gran maestro que moraba en Toledo.
Y el conde le preguntó cómo había sido aquello.
- Señor conde -dijo Patronio-, en Santiago había un deán
que había muy gran talante de saber el arte de la nigromancia1, y oyó decir que
don Illán de Toledo sabía de ello más que ninguno que viviese en aquella sazón.
Y por ello vínose para Toledo para aprender aquella ciencia. Y el día que llegó
a Toledo, enderezó luego a casa de don Illán y hallolo que estaba leyendo en
una cámara muy apartada; y luego que llegó a él, recibiolo muy bien y díjole
que no quería que le dijese ninguna cosa de aquello por lo que venía hasta que
hubiesen comido. Y cuidó muy bien de él e hízole dar muy buena posada, y todo
lo que hubo menester, y diole a entender que le placía mucho con su venida.
Y después que hubieron comido, apartose con él y contole la
razón por la que allí había venido, y rogole muy apremiadamente que le mostrase
aquella ciencia, que él había muy gran talante de aprenderla. Y don Illán
díjole que él era deán y hombre de gran rango y que podría llegar a gran estado
y los hombres que gran estado tienen, desde que todo lo suyo han resuelto a su
voluntad, olvidan muy deprisa lo que otro ha hecho por ellos. Y él, que
recelaba que desde que él hubiese aprendido de él aquello que él quería saber,
que no le haría tanto bien como él le prometía. Y el deán le prometió y le
aseguró que de cualquier bien que él tuviese, que nunca haría sino lo que él
mandase.
Y en estas hablas estuvieron desde que hubieron yantado 2
hasta que fue hora de cena. De que su pleito fue bien asosegado entre ellos,
dijo don Illán al deán que aquella ciencia no se podía aprender sino en lugar
muy apartado y que luego, esa noche, le quería mostrar do habían de estar hasta
que hubiese aprendido aquello que él quería saber. Y tomole por la mano y
llevole a una cámara. Y, en apartándose de la otra gente, llamó a una manceba
de su casa y díjole que tuviese perdices para que cenasen esa noche, mas que no
las pusiese a asar hasta que él se lo mandase.
Y desde que esto hubo dicho llamó al deán; y entraron ambos
por una escalera de piedra muy bien labrada y fueron descendiendo por ella muy
gran rato de guisa que parecía que estaban tan bajos que pasaba el río Tajo
sobre ellos. Y desde que estuvieron al final de la escalera, hallaron una
posada muy buena, y una cámara muy adornada que allí había, donde estaban los
libros y el estudio en que había de leer. Y desde que se sentaron, estaban
parando mientes en cuáles libros habían de comenzar. Y estando ellos en esto,
entraron dos hombres por la puerta y diéronle una carta que le enviaba el arzobispo,
su tío, en que le hacía saber que estaba muy doliente y que le enviaba rogar
que, si le quería ver vivo, que se fuese luego para él. Al deán le pesó mucho
de estas nuevas; lo uno por la dolencia de su tío, y lo otro porque receló que
había de dejar su estudio que había comenzado. Pero puso en su corazón el no
dejar aquel estudio tan deprisa e hizo sus cartas de respuesta y enviolas al
arzobispo su tío. Y de allí a unos tres días llegaron otros hombres a pie que
traían otras cartas al deán, en que le hacían saber que el arzobispo era
finado3, y que estaban todos los de la iglesia en su elección y que fiaban en
que, por la merced de Dios, que le elegirían a él, y por esta razón que no se
apresurase a ir a la iglesia. Porque mejor era para él que le eligiesen estando
en otra parte, que no estando en la Iglesia.
Y de allí al cabo de siete o de ocho días, vinieron dos
escuderos muy bien vestidos y muy bien aparejados, y cuando llegaron a él
besáronle la mano y mostráronle las cartas que decían cómo le habían elegido
arzobispo. Y cuando don Illán esto oyó, fue al electo y díjole cómo agradecía
mucho a Dios porque estas buenas nuevas le habían llegado en su casa; y pues
Dios tanto bien le había hecho, que le pedía como merced que el deanato que
quedaba vacante que lo diese a un hijo suyo. El electo díjole que le rogaba que
le quisiese permitir que aquel deanato que lo hubiese un su hermano; mas que él
haría bien de guisa que él quedase contento, y que le rogaba que se fuese con
él para Santiago y que llevase él a aquel su hijo. Don Illán dijo que lo haría.
Y fuéronse para Santiago; y cuando allí llegaron fueron muy
bien recibidos y muy honrosamente. Y desde que moraron allí un tiempo, un día
llegaron al arzobispo mandaderos del papa con sus cartas en las cuales le daba
el obispado de Tolosa, y que le concedía la gracia de que pudiese dar el
arzobispado a quien quisiese. Cuando don Illán esto oyó, recordándole muy
apremiadamente lo que con él había convenido, pidiole como merced que lo diese
a su hijo; y el arzobispo le rogó que consintiese que lo hubiese un su tío,
hermano de su padre. Y don Illán dijo que bien entendía que le hacía gran
tuerto, pero que esto que lo consentía con tal de que estuviese seguro de que
se lo enmendaría más adelante. El arzobispo le prometió de toda guisa que lo
haría así y rogolo que fuese con él a Tolosa.
Y desde que llegaron a Tolosa, fueron muy bien recibidos de
los condes y de cuantos hombres buenos había en la tierra. Y desde que hubieron
allí morado hasta dos años, llegáronle mandaderos del papa con sus cartas en
las cuales le hacía el papa cardenal y que le concedía la gracia de que diese
el obispado de Tolosa a quien quisiese. Entonces fue a él don Illán y díjole
que, pues tantas veces le había fallado en lo que con él había acordado, que ya
aquí no había lugar para ponerle excusa ninguna, que no diese alguna de
aquellas dignidades a su hijo. Y el cardenal rogole que consintiese que hubiese
aquel obispado un su tío, hermano de su madre, que era hombre bueno y anciano;
mas que, pues él cardenal era, que se fuese con él para la corte, que asaz
había en que hacerle bien. Y don Illán quejose de ello mucho, pero consintió en
lo que el cardenal quiso, y fuese con él para la corte.
Y desde que allí llegaron, fueron muy bien recibidos por
los cardenales y por cuantos allí estaban en la corte, y moraron allí muy gran
tiempo. Y don Illán apremiando cada día al cardenal que le hiciese alguna
gracia a su hijo, y él poníale excusas.
Y estando así en la corte, finó el papa; y todos los
cardenales eligieron a aquel cardenal por papa. Entonces fue a él don Illán y
díjole que ya no podía poner excusa para no cumplir lo que le había prometido.
Y el papa le dijo que no le apremiase tanto, que siempre habría lugar para que
le hiciese merced según fuese razón. Y don Illán se comenzó a quejar mucho,
recordándole cuántas cosas le había prometido y que nunca le había cumplido
ninguna, y diciéndole que aquello recelaba él la primera vez que con él había
hablado y pues que a aquel estado era llegado y no le cumplía lo que le había
prometido, que ya no le quedaba lugar para esperar de él bien ninguno. De esta
queja se quejó mucho el papa y comenzole a maltraer diciéndole que, si más le
apremiase, que le haría echar en una cárcel, que era hereje y mago, que bien
sabía él que no había otra vida ni otro oficio en Toledo donde él moraba, sino
vivir de aquel arte de la nigromancia.
Y desde que don Illán vio cuán mal galardonaba el papa lo
que por él había hecho, despidiose de él y ni siquiera le quiso dar el papa para
que comiese por el camino. Entonces don Illán dijo al papa que pues otra cosa
no tenía para comer, que se habría de tornar a las perdices que había mandado a
asar aquella noche, y llamó a la mujer y díjole que asase las perdices.
Cuando esto dijo don Illán, se halló el papa en Toledo,
deán de Santiago, como lo era cuando allí vino, y tan grande fue la vergüenza
que hubo, que no supo qué decirle. Y don Illán díjole que se fuese con buena
ventura y que asaz había probado lo que tenía en él, y que lo tendría por muy
mal empleado si comiese su parte de las perdices.
Y vos, señor conde Lucanor, pues veis que tanto hacéis por
aquel hombre que os demanda ayuda y no os da de ello mejores gracias, tengo que
no habéis por qué trabajar ni aventuraros mucho para llevarlo a ocasión en que
os dé tal galardón como el deán dio a don Illán.
El conde tuvo este por buen consejo, e hízolo así y hallose
en ello bien.
Y porque entendió don Juan que este ejemplo era muy bueno,
hízolo escribir en este libro e hizo de ello estos versos que dicen así:
A
quien mucho ayudes y no te lo reconozca
menos
ayuda habrás de él desde que a gran honra suba
El cuento de Romaiquia está ubicado en España en Al-Ándalus,
este es un cuento muy paradigmático sobre las mujeres en la imaginación el hombre
medieval, entre otras cosas la mujer se ha tratado como muy caprichosa,
antojadiza.
En los cuentos de Lucanor dice que son una medicina
práctica que sirve para usarse en la vida, los buenos para observarlos y
seguirlos y los malos para no incurrir en ellos.
El cuento era como una medicina amarga pero que curaba y
don Juan Manuel ponía ese ejemplo para explicar que lo que decía no era para
que se quedaran con lo amargo sino que sacaran la parte buena, pues la parte
mala era imprescindible para poder disfrutar de la buena.
Este cuento era una enseñanza para que las peticiones de
las jóvenes que no se acababan nunca se dieran cuenta que no estaba bien, y en
lugar de decirles no a su capricho se lo dice de una manera edulcorada en forma
de cuento y la gente lo asimilara mucho mejor esa era la función del cuento
moral como la medicina que era mala al
paladar pero que curaba.
Cuento XXX- El conde Lucanor – Abenabet y Romaiquia
Lo que sucedió al rey Abenabet de Sevilla con su mujer
Romaiquia
Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero,
de este modo:
- Patronio, hay un hombre que continuamente me está rogando
que le ayude y que le favorezca con algún dinero. Aunque cada vez que lo hago
me dice que me lo agradece, cuando me vuelve a pedir, si no le doy más, me da
la impresión de que olvida todo lo que anteriormente le haya dado. Por vuestro
buen entendimiento os ruego que me aconsejéis el modo de portarme con él.
- Señor conde Lucanor -respondió Patronio-, me parece que
os está pasando con este hombre lo que sucedió al rey Abenabet de Sevilla con
su mujer Romaiquia.
El conde le preguntó qué le había sucedido.
- Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, el rey Abenabet
estaba casado con Romaiquia y amábala más que a nadie en el mundo. Ella fue muy
buena, hasta el punto de que sus dichos y hechos se refieren aún entre los
moros; pero tenía el defecto de ser muy caprichosa y antojadiza.
Sucedió que una vez, estando en Córdoba, en el mes de
febrero, empezó a caer nieve. Cuando Romaiquia vio la nieve comenzó a llorar.
Preguntole el rey por qué lloraba. Ella respondió que porque nunca la llevaba a
sitios donde nevara. Como Córdoba es tierra cálida donde sólo nieva muy de
tarde en tarde, el rey entonces, por agradarla, mandó plantar almendros por
toda la sierra, para que, cuando al florecer por el mes de febrero aparecieran
cubiertos de nieve, satisfaciera ella su deseo de verla.
Otra vez, estando en su cámara, que daba al río, vio la
reina a una mujer del pueblo que, descalza, pisaba lodo para hacer adobes.
Cuando la vio Romalquia se puso a llorar.
Preguntole el rey por qué lloraba.
Contestole que porque nunca podía hacer lo que quería, aunque fuera una cosa
tan inocente como la que estaba haciendo aquella mujer. El rey entonces, por
complacerla, mandó llenar de agua de rosas el estanque grande que hay en
Córdoba, y en vez de lodo hizo echar en él azúcar, canela, espliego, clavo,
hierbas olorosas, ámbar, algalia y todas las demás especies y perfumes que pudo
encontrar, y poner en él un pajonal de cañas de azúcar.
Cuando el estanque estuvo lleno de estas cosas, con las que
se hizo el lodo que podéis imaginar, llamó a Romaiquia y le dijo que se
descalzase y pisara lodo e hiciera con él cuantos adobes quisiera.
Otro día, por otra cosa que se le antojó, comenzó a llorar.
Preguntole el rey por qué lloraba. Respondiole que cómo no iba a llorar si
nunca él hacia nada por tenerla contenta. El rey, viendo que habla hecho tanto
por darle gusto y satisfacer sus caprichos y que ya no podía hacer más, le dijo
en árabe:
Wa la nahar at-tin?, lo que quiere decir: ¿Ni siquiera el
día del lodo?, como dándole a entender que, pues olvidaba las otras cosas, no
debía olvidarse del lodo que mandó hacer por agradarla.
Vos, señor conde Lucanor, si veis que, aunque hagáis mucho
por ese hombre, si no hacéis todo lo que él os pide, luego se olvida y no
agradece lo que hayáis hecho, no hagáis por él nada que os perjudique; también
os aconsejo que, si alguno os favorece en algo, no os mostréis con él
desagradecido al bien que os hiciere.
El conde tuvo este consejo por bueno, lo puso en práctica y
le fue muy bien.
Viendo don Juan que esta historia era buena la hizo poner
en este libro y escribió unos versos que dicen así:
A
quien no te agradezca lo que has hecho
no
sacrifiques nunca tu provecho.
ROMANCE
El romance es un tipo de poema característico de la
tradición literaria española, compuesto POR la combinación métrica homónima
(octosílabos rimados en asonante en los versos pares).
El romance es un poema característico de la tradición oral,
y se populariza en el siglo XV, en que se recogen por primera vez por escrito
en colecciones denominadas romanceros.
Los romances son generalmente poemas narrativos de una gran
variedad temática, según el gusto popular del momento y de cada lugar. Se
interpretan declamando, cantando o intercalando canto y declamación.
Una característica de los romances es una reduplicación en
el primer verso, con el fin de llamar de esa manera la atención del oyente, por
ejemplo Romane del prisionero (anónimo)
Que por mayo era, por mayo …..
ROMANCE DE ABENÁMAR (Anónimo)
- ¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
- Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
una cristiana
cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
- Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
- El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
- Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
Córdoba y a Sevilla.
- Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
ROMANCE DE FONTEFRIDA (aninónimo)
Fontefrida, Fontefrida,
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica
que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar
el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía
llenas son de traición;
- Si tú quisieses, señora,
yo sería tu servidor.
- Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,
ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,
turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,
porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,
malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no.
ROMANCE DEL PRISIONERO (anónimo)
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.
PARA ESCUCHAR EL CANTO DE LA CALANDRIA
(pulsar imagen de la calandria)
PARA ESCUCHAR EL CANTO DEL RUISEÑOR
(pulsar imagen del ruiseñor)
Hay dos tipos de romances, los romances antiguos que es el
romancero anónimo y a imitación de esos romances antiguos otros autores ya
conocidos utilizaron el romance siendo
una de las composiciones preferidas de los poetas castellanos y de lo mejor de
literatura española.
Por ejemplo como el romancero gitano de García Lorca
escrito en romance, Miguel Hernández que escribió el Romancero de Ausencias,
romances de Alberti, Espronceda, etc.
El romance es una composición de la Edad Media. Los mas
apreciados y genuinos, con mayor encanto son los antiguos que empiezan siempre
con una reduplicación.
ROMANCE DE
GERINELDO Y LA INFANTA (Anónimo)
- Gerineldo, Gerineldo,
paje del rey más querido,
quién te tuviera esta noche
en mi jardín florecido.
Válgame Dios, Gerineldo,
cuerpo que tienes tan lindo.
- Como soy vuestro criado,
señora, burláis conmigo.
- No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.
-¿Y cuándo, señora mía,
cumpliréis lo prometido?
- Entre las doce y la una
que el rey estará dormido.
Media noche ya es pasada.
Gerineldo no ha venido.
«¡Oh, malhaya, Gerineldo,
quien amor puso contigo!»
- Abráisme, la mi señora,
abráisme, cuerpo garrido.
- ¿Quién a mi estancia se atreve,
quién llama así a mi postigo?
- No os turbéis, señora mía,
que soy vuestro dulce amigo.
Tomáralo por la mano
y en el lecho lo ha metido;
entre juegos y deleites
la noche se les ha ido,
y allá hacia el amanecer
los dos se duermen vencidos.
Despertado había el rey
de un sueño despavorido.
«O me roban a la infanta
o traicionan el castillo.»
Aprisa llama a su paje
pidiéndole los vestidos:
«¡Gerineldo, Gerineldo,
el mi paje más querido!»
Tres veces le había llamado,
ninguna le ha respondido.
Puso la espada en la cinta,
adonde la infanta ha ido;
vio a su hija, vio a su paje
como mujer y marido.
«¿Mataré yo a Gerineldo,
a quien crié desde niño?
Pues si matare a la infanta,
mi reino queda perdido.
Pondré mi espada por medio,
que me sirva de testigo.»
Y salióse hacia el jardín
sin ser de nadie sentido.
Rebullíase la infanta
tres horas ya el sol salido;
con el frior de la espada
la dama se ha estremecido.
- Levántate, Gerineldo,
levántate, dueño mío,
la espada del rey mi padre
entre los dos ha dormido.
- ¿Y adónde iré, mi señora,
que del rey no sea visto?
- Vete por ese jardín
cogiendo rosas y lirios;
pesares que te vinieren
yo los partiré contigo.
- ¿Dónde vienes, Gerineldo,
tan mustio y descolorido?
- Vengo del jardín, buen rey,
por ver cómo ha florecido;
la fragancia de una rosa
la color me ha devaído.
- De esa rosa que has cortado
mi espada será testigo.
- Matadme, señor, matadme,
bien lo tengo merecido.
Ellos en estas razones,
la infanta a su padre vino:
- Rey y señor, no le mates,
mas dámelo por
marido.
O si lo quieres matar
la muerte será conmigo.
ROMANCE DEL RIO DUERO (Gerardo Diego - 1896)
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
EL MAR (Rafael
Alberti - 1924)
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste acá?